lunes, 1 de diciembre de 2014

¿Vencedores o vencidos?


Muchas veces se ha utilizado la expresión “vencedores o vencidos” para sugerir que muchos de los componentes ideológicos del nazismo han acabado calando en nuestra sociedad pese a la derrota del eje en la Segunda Guerra Mundial. Identificaremos a continuación, sin propósitos de exhaustividad, siete de esos elementos que, siendo característicos de la ideología nazi, aunque no siempre originarios de la misma, vienen ganando fuerza en nuestra sociedad en los últimos años:

 

  1. Propaganda. La idea “goebelsiana” de la mentira como base de la información ha calado profundamente en nuestra sociedad. En la publicidad comercial o política se considera totalmente habitual y normal mentir. Nos cuesta imaginar a un asesor de nuestro tiempo diciéndole a un político “eso no lo debe poner en su programa porque no lo puede cumplir”. Lo mismo sucede con buena parte de los periodistas en nuestro país, que no están al servicio de la verdad sino de la “línea editorial” del medio que les paga, y esa así llamada “línea editorial” es, cada vez más descaradamente, tan solo un conjunto de intereses políticos y comerciales que justifican cualquier exceso estilístico siempre que esté a su servicio, un simple “compre, vote, compre,…”.


  1. Darwinismo social: la vida como lucha. Se manifiesta cada vez más en la vida del hombre moderno y en sus manifestaciones culturales y artísticas la idea de la competencia por conseguir más que los demás como único y verdadero sentido de la existencia. Así, las instituciones benéficas, como la familia y el estado, se deterioran rápidamente. En la familia aparecen con la facilidad los reproches a la pareja por las frustraciones propias y la visión del amor como mero sentimiento acomodaticio. En el estado se recrudece la corrupción a todos los niveles y la idea de obtener de él lo más que se pueda entregando lo menos posible a la sociedad. Estas instituciones necesitan personas con ideales altruistas para subsistir, y nuestra mentalidad va cada vez más en la dirección contraria. Particularmente los más débiles, cuya vida, como en los años 30 del siglo pasado, llega a veces a tacharse de “indigna de ser vivida” son las víctimas más directas de esta manera de concebir la existencia.

 

  1. Eugenesia. Esta vez el concepto de “vidas indignas de ser vividas”, propio del darwinismo social, se manifiesta en su máxima crudeza. Esa supuesta indignidad, que se deriva tan solo del subjetivismo y un falso sentido humanitario de aquellos que deciden sobre el destino de los demás, da lugar a perpetraciones propias de los regímenes totalitarios más descarados, como la eutanasia o el aborto.

 

  1. Determinismo biológico. El genetismo, de una manera silenciosa, se ha vuelto a poner de moda. Empezamos a considerar todas la características del ser humano como “dadas” o “escritas en piedra”, justificando así los resultados de lo que a veces es tan solo nuestra propia voluntad o conveniencia. Así, por ejemplo, en el caso de la homosexualidad, se otorga rango de naturaleza a lo que es tan solo un comportamiento. Si la homosexualidad fuera una condición genética, tendría las mismas probabilidades de transmitirse de padres a hijos que la vocación sacerdotal católica.




 

  1. Idolatría. En esta sociedad aparentemente escéptica y racional, no deja de admirarnos la capacidad de las personas para volcar todo su ser en pequeños y pasajeros ídolos mundanos. Se aplica así la famosa frase de G.K. Chesterton: “cuando los hombres apartan a Dios de sus vidas, llenan el hueco con cualquier cosa”. Un caso común es el del nacionalismo, que, partiendo de la idea benéfica de patria, la eleva hasta un término ridículo, concibiendo un semidios, la nación, que vive en la historia y a cuyo servicio, y aquí es donde se cruza la línea roja, somos capaces de emplear cualquier medio que se salte las leyes naturales más básicas y olvidar, o peor aún, limitar geográficamente, el mandato de amar al prójimo como a ti mismo.

 

  1. Esoterismo mundano. En línea con el axioma de Chesterton, que el hombre moderno se olvide de Dios no implica que no crea en fuerzas espirituales de lo más peculiares. Al igual que Himmler mandó agentes por todo el mundo en busca de objetos míticos que pudieran dar poderes sobrenaturales al Reich, en nuestro tiempo no se deja de pensar en lo sobrenatural como un aliado temporal para conseguir nuestros objetivos terrenales. Se da forma así a lo que C.S. Lewis definió como el “brujo materialista”, un hombre que no cree en Dios pero sí en los demonios, en tanto que le sean útiles para disfrutar de poder y riqueza en esta vida pasajera.

 

  1. Obsesión por el futuro. Las ideologías materialistas, como el nazismo, buscan un mundo “perfecto” hecho a su imagen y semejanza. Ese mundo nunca es el mundo presente, siempre es el futuro. Y ese futuro esplendoroso es precisamente el fin que justifica los terribles medios empleados en el presente. Actualmente todas las “ideologías” y todos los programas políticos nos hablan igualmente del futuro. Vivimos con una idea del futuro como un paraíso idealizado en el que al fin se conseguirá todo aquello que nos parece bueno o justo. En eso, no somos diferentes a los nazis. Eso es tan sólo una forma de esquivar nuestras obligaciones morales en el presente. La vida espiritual, que mira hacia un momento fuera del tiempo, pues éste, al igual que el espacio, es una realidad material, se vive en lo que llamamos el presente, y es ahí (aquí) donde (cuando) debemos dar lo mejor de nosotros mismos en beneficio del bien común y de nuestros semejantes.

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