Muchas veces se ha utilizado la
expresión “vencedores o vencidos” para sugerir que muchos de los componentes
ideológicos del nazismo han acabado calando en nuestra sociedad pese a la
derrota del eje en la Segunda Guerra
Mundial. Identificaremos a continuación, sin propósitos de exhaustividad, siete
de esos elementos que, siendo característicos de la ideología nazi, aunque no
siempre originarios de la misma, vienen ganando fuerza en nuestra sociedad en
los últimos años:
- Propaganda. La idea “goebelsiana” de la mentira como base de la información ha calado profundamente en nuestra sociedad. En la publicidad comercial o política se considera totalmente habitual y normal mentir. Nos cuesta imaginar a un asesor de nuestro tiempo diciéndole a un político “eso no lo debe poner en su programa porque no lo puede cumplir”. Lo mismo sucede con buena parte de los periodistas en nuestro país, que no están al servicio de la verdad sino de la “línea editorial” del medio que les paga, y esa así llamada “línea editorial” es, cada vez más descaradamente, tan solo un conjunto de intereses políticos y comerciales que justifican cualquier exceso estilístico siempre que esté a su servicio, un simple “compre, vote, compre,…”.
- Darwinismo social: la vida como lucha. Se manifiesta
cada vez más en la vida del hombre moderno y en sus manifestaciones
culturales y artísticas la idea de la competencia por conseguir más que
los demás como único y verdadero sentido de la existencia. Así, las
instituciones benéficas, como la familia y el estado, se deterioran
rápidamente. En la familia aparecen con la facilidad los reproches a la
pareja por las frustraciones propias y la visión del amor como mero
sentimiento acomodaticio. En el estado se recrudece la corrupción a todos
los niveles y la idea de obtener de él lo más que se pueda entregando lo
menos posible a la sociedad. Estas instituciones necesitan personas con
ideales altruistas para subsistir, y nuestra mentalidad va cada vez más en
la dirección contraria. Particularmente los más débiles, cuya vida, como
en los años 30 del siglo pasado, llega a veces a tacharse de “indigna de
ser vivida” son las víctimas más directas de esta manera de concebir la
existencia.
- Eugenesia. Esta vez el concepto de “vidas indignas
de ser vividas”, propio del darwinismo social, se manifiesta en su máxima
crudeza. Esa supuesta indignidad, que se deriva tan solo del subjetivismo
y un falso sentido humanitario de aquellos que deciden sobre el destino de
los demás, da lugar a perpetraciones propias de los regímenes totalitarios
más descarados, como la eutanasia o el aborto.
- Determinismo biológico. El genetismo, de una manera
silenciosa, se ha vuelto a poner de moda. Empezamos a considerar todas la
características del ser humano como “dadas” o “escritas en piedra”, justificando
así los resultados de lo que a veces es tan solo nuestra propia voluntad o
conveniencia. Así, por ejemplo, en el caso de la homosexualidad, se otorga
rango de naturaleza a lo que es tan solo un comportamiento. Si la
homosexualidad fuera una condición genética, tendría las mismas
probabilidades de transmitirse de padres a hijos que la vocación
sacerdotal católica.
- Idolatría. En esta sociedad aparentemente escéptica
y racional, no deja de admirarnos la capacidad de las personas para volcar
todo su ser en pequeños y pasajeros ídolos mundanos. Se aplica así la
famosa frase de G.K. Chesterton: “cuando los hombres apartan a Dios de sus
vidas, llenan el hueco con cualquier cosa”. Un caso común es el del
nacionalismo, que, partiendo de la idea benéfica de patria, la eleva hasta
un término ridículo, concibiendo un semidios, la nación, que vive en la
historia y a cuyo servicio, y aquí es donde se cruza la línea roja, somos
capaces de emplear cualquier medio que se salte las leyes naturales más
básicas y olvidar, o peor aún, limitar geográficamente, el mandato de amar
al prójimo como a ti mismo.
- Esoterismo mundano. En línea con el axioma de
Chesterton, que el hombre moderno se olvide de Dios no implica que no crea
en fuerzas espirituales de lo más peculiares. Al igual que Himmler mandó
agentes por todo el mundo en busca de objetos míticos que pudieran dar
poderes sobrenaturales al Reich, en nuestro tiempo no se deja de pensar en
lo sobrenatural como un aliado temporal para conseguir nuestros objetivos
terrenales. Se da forma así a lo que C.S. Lewis definió como el “brujo
materialista”, un hombre que no cree en Dios pero sí en los demonios, en
tanto que le sean útiles para disfrutar de poder y riqueza en esta vida
pasajera.
- Obsesión por el futuro. Las ideologías
materialistas, como el nazismo, buscan un mundo “perfecto” hecho a su
imagen y semejanza. Ese mundo nunca es el mundo presente, siempre es el
futuro. Y ese futuro esplendoroso es precisamente el fin que justifica los
terribles medios empleados en el presente. Actualmente todas las
“ideologías” y todos los programas políticos nos hablan igualmente del
futuro. Vivimos con una idea del futuro como un paraíso idealizado en el
que al fin se conseguirá todo aquello que nos parece bueno o justo. En
eso, no somos diferentes a los nazis. Eso es tan sólo una forma de
esquivar nuestras obligaciones morales en el presente. La vida espiritual,
que mira hacia un momento fuera del tiempo, pues éste, al igual que el
espacio, es una realidad material, se vive en lo que llamamos el presente,
y es ahí (aquí) donde (cuando) debemos dar lo mejor de nosotros mismos en
beneficio del bien común y de nuestros semejantes.